Hermana Thérèse-Marie Dupagne, osb

Priora del monasterio de Hurtebise (Bélgica)

 

Vida monástica y poesía1

(liturgia, lectio, vida fraterna)

 

LiturgieSrPara mí, cuando hablamos de poesía, me refiero a una palabra del orden de la evocación y no de la definición. Una palabra que vela tanto como revela, una palabra que hace señas, que llama hacia un más allá, hacia un más allá que se niega a asir, un más allá que toca y que la toca a ella... Una palabra que abre a la comunión, sin imponerse. Una palabra que sugiere una relación tejida desde la libertad, el deseo, la sed, una palabra que pisa en un terreno que le es desconocido, que explora, una palabra que prevé una cuarta dimensión...

Esta palabra poética la encuentro en la LITURGIA.

La liturgia es el reloj del monje, su ritmo, el aire que respira. La liturgia es la obra de Dios, la acción de Dios, que invita. También es la respuesta de la comunidad humana, el canto y el silencio, la escucha y el deseo. En su constitución la liturgia es un tejido de palabras poéticas: palabras que nos son dadas. Se nos concede componer un himno, una oración de petición, otras oraciones, por lo tanto, se nos ha concedido una buena parte de la poesía litúrgica. Acojámosla, dejémonos tocar por ella, nos encante o no, nos hable o no, nos conmueva o no. En la acogida de la liturgia hay un llamado al consentimiento, que no siempre está exento de lucha.

Entrar en la poesía litúrgica implica entrar en palabras que no son nuestras, sin querer que sean totalmente nuestras, es aceptar algo más allá de nosotros mismo. La poesía en la liturgia nos abre, nos desgarra, nos dispone a una relación imborrable. Así la liturgia apunta a la comunión.

Poesía como los salmos, esas antiguas oraciones, leídas, cantadas y coreadas: alabanza, lamento, exultación, memoria del pasado, murmullo de una ley. Los salmos se nos dan, se nos resisten, nos vienen de otro mundo, el antiguo murmullo de un íntimo amigo de Dios como lo llama Chouraqui2.

No somos dueños de un salmo. Se nos confía, como se confía la música a un flautista, los salmos esperan nuestro aliento para pasar por nosotros, para sacudirnos y a veces para encantarnos. Nos sacan de nosotros mismos, nos llevan al otro lado de un pueblo, de una comunidad, más allá del tiempo, más allá del espacio. Nos lo enviamos unos a otros, de un coro a otro, sin agotarlo. Lo hablamos, lo cantamos y lo escuchamos, pasa y vuelve, siempre viejo, siempre nuevo.

La liturgia es HYMNE. El himno se lanza hacia el Otro, ese Otro que está a nuestro lado y al que sólo conocemos a distancia, a tientas. Con el himno pedimos encontrarlo por un camino que desconocemos. El himno eleva, o profundiza. Emociona, traza un camino. Como el salmo, amasado con la vida del poeta; va más allá de esta vida, la hace más profunda o la ahonda, ahonda en quien lo canta.

El salmo, el himno, tocan, abordan, cortan, penetran, llegan al corazón, y ¿quién conoce plenamente el corazón? ¿Quién puede abarcarlo? El himno conmueve y provoca, a no ser que su voz se marchite, huya de él. El himno crea la magia del silencio que le sigue.

La liturgia es poesía en sus largas LETANIAS: pide, vuelve a pedir, pide siempre. Es el llamado de un corazón insatisfecho o de un corazón tan satisfecho que vuelve a pedir. Despierta el corazón joven, que juega con las palabras.

La experiencia de la liturgia es la experiencia de esa poesía que evoca, invoca y nunca es aprehendida. La poesía enseña ese paso de baile que sostiene, une y distancia. Si quieres agarrar la poesía, se te escapa entre los dedos, como la nieve que se derrite en la mano del niño que quiere tenerla cautiva.

La poesía litúrgica es DIÁLOGO entre dos sujetos, nos sitúa ¿frente a frente? ¿en el corazón? ¿quién sabe? Nos habla del Otro, y de otra manera. Haciéndome íntimo de Dios, me enseña a permanecer en el vértice de mi humanidad, ante ese “Tú” irreductible, me llama a decir “Yo”. La poesía encuentra su fuente, creo, en el Espíritu, ese aliento que danza entre el Padre y el Hijo, este soplo que los hace Uno, mientras los mantiene irresistiblemente dos. Son tan dos que son tres. La poesía es como ese ESPACIO que adivino entre ellos, como una apertura definitiva, un espacio que me permite a mi corazón descubrir a nuestro Dios, no Dios, sino un espacio, un hueco, un vacío, que se abre al otro, a los otros. La poesía que canta en el silencio de los Tres me lleva al corazón de Dios, no Dios sino al espacio del canto, llamando más allá. En el corazón de Dios, existe este espacio de silencio infinito, que se puede tocar, abierto al otro. Como canta un himno del hermano Pierre-Yves Emery que canta: “La intimidad de Dios, infinitamente abierta, para acoger -oh maravilla- a sus criaturas”.

La poesía en la liturgia es DOXOLOGÍA: gloria al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo... y en esta doxología Benito nos invita a levantarnos. Levántate, y haz una profunda reverencia. Levántate, levántate en tu humanidad, tienes valor, significado. Respira, inspira, inhala. Inclínate... ante el que vela por tu mirada, tu vida, tu amor, inclínate ante lo imperceptible, lo indecible, de lo que aún no habrás dicho nada, hasta que te postres en silencio3 . Inclínate, suspira, sonríe por haberte despojado de ti mismo.

La poesía de la liturgia me invita a una contemplación respetuosa del Otro, de la Fuente, sin tocar, inscribe una palabra que se convierte en un cáliz, una mirada que todo lo acoge. Y esta poesía litúrgica es una poesía para un pueblo, no es mía, es nuestra, y va más allá de nosotros.

La apertura a la LECTIO se injerta en la liturgia. Esta lectura orante de la Biblia a la que se nos invita día a día. Un tiempo para leer la Escritura, estudiarla, meditarla, masticarla y, justo cuando creemos haberla hecho nuestra, ver cómo se abre un universo más allá, un universo que se nos escapa. Lee, estudia, medita, contempla. Recibe la Sagrada Escritura no como un teorema, una demostración, una definición, sino como una poesía, una evocación...

Se dirá, sí, pero en la Escritura está escrita la Ley, ¿qué poesía puede haber en la Ley? La ley de Israel comienza con un llamado, una voz: “Escucha”. Luego una invitación: “Elige”... y una conclusión: “Vivirás”. Es un camino y no una prisión. La ley, dos orillas que permiten que la vida fluya como un río en lugar de estancarse como un pantano.

La ley, orillas de un arroyo que fluye más allá. La Ley gira más allá de sí misma Hay una profecía en la Escritura, un grito, que desgarra la vida cotidiana, para permitir la irrupción de lo otro.

Está la Sabiduría, un espacio, un compartir una experiencia del pasado, que se ofrece como marco, donde se puede tejer un nuevo camino. La lectio es un tiempo de acogida y de apertura, que termina en la voz de un fino silencio. Y este silencio es, sin duda, la más bella expresión del diálogo.

Esta experiencia, abre el camino para una VIDA FRATERNAL. ¿Cómo convivir con el otro, mi hermana, mi hermano, aquí y fuera?

La vida fraterna, en la vida cotidiana, probablemente, no es donde se percibe primero la poesía. Y sin embargo, es compartir un espacio vital, un espacio para cantar, es la construcción de una red de relaciones. ¿Qué es lo que le ayuda a avanzar? ¿No es en primer lugar la experiencia litúrgica?: el descubrimiento de este vacío en el corazón de Dios, de este espacio ofrecido en el corazón de nuestro Dios, se me presenta como un camino para la vida fraterna. El respeto a la diferencia, el respeto y más que el respeto: el estímulo, para que el otro pueda llegar a ser él mismo, ella misma, y por tanto cada vez más otro, eso es lo que hace la comunidad a imagen y semejanza. Acoger al otro y desearle que sea otro, acoger su fe diferente, su camino diferente, y elegir avanzar juntos.

Cuando, en nuestras relaciones, las palabras son afirmaciones duras y cortantes, la relación muere. Cuando el intercambio es un a acogida, una invitación, se abre entre nosotros un espacio que permite que surja el canto compartido, fomentando la vida, despertándola y encantándola.

La poesía abre un espacio entre nosotros que nos expande y nos abre. Llama a la comunión entre nosotros, y mucho más allá de nosotros.

Me gustaría estar al pie de los muros de la violencia,
en los campos de exclusión, rechazo o fusión
para lanzar un poema de esperanza...
para abrir un espacio de comunión...
para pronunciar una palabra que sólo es una invitación...
y se niega a ser capturado.

La poesía es una oportunidad ofrecida a nuestra humanidad, para compartir la vida, respetuosa con cada individuo, alegre para todos.

 

1 Escrito para el fin de semana sobre los poetas monjes, octubre de 2014.

2 Nathan André Chouraqui (1917-2007) fue un abogado, escritor, pensador y político israelí, conocido por su traducción de la Biblia. Entre otras cosas, fue cofundador de la asociación “Hermandad de Abraham” que promueve el diálogo interreligioso, delegado permanente de la Alianza Universal Israelí.

3 Cf. Números 24,4: el oráculo de Balaam, que atestigua una mirada que se abre cuando se postra