Dom Alex Echeandía, osb
Prior de la comunidad de Lurín (Perú)
Ser monje en un monacato joven
La palabra “EXPERIENCIA” suele utilizarse para designar a una persona bastante mayor, un hombre o una mujer que ha vivido lo suficiente dentro de una gran tradición de hábitos, costumbres y estilo de vida. En este sentido, la tradición del monacato peruano es bastante nueva, data de la década de 1960 en que se fundó allí el primer monasterio benedictino.
La Iglesia del Perú no conocía la palabra “monacato” cuando llegaron las órdenes mendicantes. De hecho, la Corona española no permitía la llegada de monjes porque a las Nuevas Indias se consideraban tierra de misión. La historia cuenta que, cuando Cristóbal Colón realizó su segundo viaje a América, ya había frailes franciscanos. El objetivo principal era evangelizar el Nuevo Mundo. La evangelización exigía la catequesis y la desaparición de toda forma de idolatría.
Curiosamente en la Iglesia, la evangelización fue llevada a cabo por monjes mucho antes de que existieran las órdenes mendicantes. En la Iglesia de los primeros siglos hubo monjes misioneros muy famosos como san Columbano, san Agustín de Canterbury, san Bonifacio de Fulda y muchos otros que llevaron el Evangelio a Europa y a Oriente.
El hecho de que las órdenes mendicantes estuvieran muy presentes a finales del siglo XV fue crucial en la decisión española de enviar principalmente a franciscanos y dominicos a evangelizar América. Además, en España la vida monástica estaba atravesando un periodo de reformas. Así, la Corona no pidió a los monjes que se unieran a este nuevo movimiento de evangelización. Sólo las monjas de estas mismas órdenes fueron invitadas a tener en su oración y en su forma de vida, la intención de estas misiones. En la historia del Perú, sin embargo, hay que decir que hubo un pequeño grupo de monjes que vino de España. De hecho, los Jerónimos y los monjes de Montserrat se establecieron en el país, pero como una mera presencia sin ningún desarrollo.
Sorprendentemente, también hubo un monasterio cisterciense fundado en el siglo XVI en Lima por una madre y una hija, Lucrecia de Sanzoles y Mencía de Vargas: el Monasterio de la Santísima Trinidad. Con la aprobación del Papa, la fundación fue erigida por santo Toribio de Mogrovejo, entonces arzobispo de Lima. El monasterio existió desde el siglo XVI hasta su supresión en la década de 1960. Las monjas cistercienses de Las Huelgas (España) vinieron en 1992 a refundar el monasterio en el suburbio sur de Lima, en Lurín, retomando así la historia de este monasterio. Volvieron a España en 2017 por falta de vocaciones y nos pidieron que nos hiciéramos cargo de este monasterio donde están enterradas las fundadoras y las monjas cistercienses fallecidas. Ahora vivimos aquí, continuando la historia, la tradición y sobre todo la oración de una comunidad monástica en la Iglesia del Perú. La historia muestra ciertamente cómo Dios actúa de forma inesperada.
Menciono estos hechos históricos porque, tras cuatro proyectos fallidos provenientes de diferentes regiones y congregaciones benedictinas, hemos sobrevivido tanto tiempo por la gracia de Dios. Somos la primera comunidad benedictina en el Perú que vive la vida monástica con sólo monjes peruanos. El monacato masculino es casi desconocido en Perú. Pero el Señor ha inspirado a hombres a vivir un estilo de vida que existe desde los primeros siglos de la Iglesia, inserto en una rica tradición.
Personalmente, no sabía mucho sobre la vida monástica porque no había mucha información al respecto en la Iglesia del Perú. Las primeras Órdenes establecidas en el país fueron las más conocidas. Sin embargo, el Señor llama a hombres y mujeres a buscarlo en la perspectiva dinámica de una vida de oración y de trabajo, con el Oficio Divino, la lectio y el estudio, la acogida y el acompañamiento espiritual en el propio claustro y para todo el mundo y toda la Iglesia.
Entré en el monasterio cuando tenía veinte años. Allí conocí una pequeña comunidad fundada en 1981 por la Abadía de Belmont, Inglaterra ¡solo dos años antes de mi nacimiento! Me invitaron a visitarla, sin saber la inmensa alegría que me produciría la primera hora de oración en la que iba a participar: el oficio de Completas. Me cautivó y me conmovió en lo más profundo de mi ser. Ocurrió algo especial y nuevo. Estaba experimentando lo que era la vida monástica. Rezar con los salmos fue concretamente para mí un encuentro con Dios en mi propia vida de fe.
No sabía casi nada de la cultura monástica. Poco a poco fui aprendiendo más sobre la historia, el significado, la riqueza y el propósito de este tipo de vida. Fue un encuentro con Dios de una manera muy misteriosa. El Señor me hizo experimentar su llamada y mi respuesta en el contexto de una vida monástica.
Como ya he dicho, no había una verdadera historia monástica en los países de habla hispana de Sudamérica. A diferencia de Brasil, que es portugués, los demás países hispanoamericanos no recibieron las primeras fundaciones monásticas hasta finales del siglo XIX. Es interesante observar que siendo el monacato el punto de partida de la vida religiosa en la Iglesia, es una realidad totalmente nueva en la vida religiosa de este continente latinoamericano.
Con mi comunidad en Perú hemos experimentado la presencia de Dios mientras crecíamos en la desértica tierra del Perú. La comunidad consta ahora de siete monjes con votos solemnes, hay también dos jóvenes internos y varios que se preparan para entrar.
El Señor me ha llamado a vivir la vida monástica en un tiempo y espacio determinados. Me ha invitado a mí y a mis hermanos a seguir a Cristo viviendo según la Regla de San Benito. Así se estableció la vida monástica en nuestro país, para que en todo sea Dios glorificado.