Hermana Maria Terezinha Bezerra dos Santos, osb
Monasterio do Encontro (Brasil)

Llegar a ser uno mismo en el monasterio

 

EncontroMTerezinhaMe han pedido dar un testimonio sobre mi experiencia de vida monástica, pero prefiero llamar a esto compartir lo que significa la vida monástica consagrada en mi camino humano, cristiano y espiritual. Soy una monja benedictina del monasterio de Encontro, situado en Mandirituba, en el estado de Paraná, Brasil. Nací en Palmeira dos Índios, Alagoas. Tengo quince años de vida monástica y nueve desde profesión solemne.

Sabemos que la vida cristiana está marcada por verbos de movimiento que, aunque se viva en un monasterio, es una continua búsqueda1. Como sabemos en la Regla de San Benito, la búsqueda de Dios es el primer criterio para discernir la vocación monástica2. Buscar a Dios en el Oficio Divino es nuestro primer servicio, del que depende toda la organización de nuestra vida. Cuando descubrí esto, comprendí que mi trabajo sería “visto” y apreciado por muy poca gente, que no merecería elogios ni reconocimientos. Al principio, debo confesar, esto no fue fácil, pero con el tiempo llegué a comprender que mi servicio, nuestro servicio en el monasterio del Encuentro, aunque no fuera tan reconocido como cabría esperar, es ante todo una gracia recibida. Sé que nuestra vida de oración, de intercesión por toda la Iglesia y por el mundo da frutos, es el mismo Señor quien los cosecha.

Debo decir con toda sinceridad que nunca pensé en ser religiosa, y mucho menos aún monja. Pero Dios guio mi vida de tal manera que era imposible decir que no a su llamado. No sabía nada de la vida monástica, pero tenía un amigo que era monje benedictino, y fui a su monasterio en Santa Rosa, Rio Grande do Sul, para hacer un retiro en preparación para un posible ingreso en una congregación de vida apostólica. Cuando participé en las Vísperas con los monjes por primera vez, no sé qué pasó, pero me quedó claro que Dios me llamaba a una vida así. Volví decidida a entrar en un monasterio, pero no sabía dónde. Mi amigo me dio las direcciones de varios monasterios, entre ellos el del Encuentro. Cuando llegué aquí, mi primer deseo fue huir inmediatamente. Pensé que no era el lugar para mí, sin embargo, me quedé los ocho días completos. Al final de la estancia, pedí una experiencia de tres meses. Y sigo aquí quince años después. Mi vida ha pasado y sigue pasando por muchas purificaciones. Y doy gracias al Señor por ello.

EncontroCuando entré, pensé que en la vida religiosa la santidad era “automática”. Estaba muy volcada en mí misma, y pensaba que en el monasterio podría vivir tranquilamente en mi rincón. Debo reconocer que no fue fácil aceptar que la vida monástica no consistía solo en rezar y vivir en mi mundo propio. Poco a poco, descubrí que la vida monástica era todo lo contrario: salir de mí misma continuamente, para encontrarme con las demás, ya sea en la oración, en la vida comunitaria o en la acogida de quienes llegan al monasterio. El monasterio tiene un nombre que habla por sí mismo: Monasterio del Encuentro, sobre todo si pensamos que el Papa Francisco insiste a menudo en la cultura del encuentro. Puedo decir que lo he experimentado varias veces y de diferentes maneras, pero voy a subrayar sólo tres de las experiencias que he vivido y sigo viviendo este misterio del encuentro.

El primer encuentro fue conmigo misma. Desde el principio descubrí a una hermana Maria Terezinha a la que no conocía. Esto no significa que no existiera, sino que la mantuve oculta bajo otras apariencias. Siempre había vivido mis sentimientos y relaciones de forma muy superficial, con miedo a tocar mis debilidades. También tenía miedo de que la gente pudiera descubrir a una Terezinha capaz de tener malos sentimientos. No quería que la gente tocara mi ira, mis celos y no quería enfrentarme a una Terezinha con sus limitaciones humanas y espirituales. Realmente, me vi a mí misma frente a mi humanidad. Este encuentro fue indispensable para hacer mi camino de autoaceptarme y reconciliarme con mi propia historia de salvación. En el monasterio, tuve la experiencia de sentirme amada al descubrirme a mí misma, sin necesidad de mostrarme de otra manera. Pude ser yo misma, con mis cualidades y limitaciones, y esto me dio valor para continuar mi camino de conversión. Experimenté la paciencia de mis hermanas que, incluso en el silencio, expresaron su fe en mí.

EncontroVitrailEl segundo encuentro fue con mi comunidad. La experiencia de ser aceptada y acogida por mi comunidad me hizo descubrir lo mucho que necesitaba a otras personas que se atrevieran a enfrentarse a mí, y que me ayudaran a salir de mi zona de comodidad. Al mismo tiempo, a través de la vida comunitaria, descubrí y pude desarrollar en mí dones que no sabía que tenía. Mi experiencia en la vida comunitaria ha sido para mí un “renacimiento”. Cada día siento que el Señor me recrea de la “matriz” que es mi comunidad. Me enseña continuamente a empezar de nuevo, curando mis heridas y revelándome su amor a través de personas que nunca esperé conocer. Debo aprender a crear relaciones con diferentes personas que no están siempre de acuerdo con mis puntos de vista, ni yo con los suyos, y a las que debo respetar tal y como son. No es un camino fácil, pero este proceso me enseña a buscar el verdadero sentido de la vida y permanecer en el monasterio. Con la vida comunitaria, estoy aprendiendo cada vez más que no puedo caminar sola y que necesito relaciones verdaderas para vivir mi consagración como el Señor me lo pide.

Cuando me di cuenta que no podía vivir mi consagración encerrada en mi propio mundo y que necesitaba caminar con mis hermanas, a menudo haciendo morir mi propia voluntad, descubrí lo que significa estar consagrada para el Reino, para construir el Reino aquí y ahora. Es viviendo, caminando y sirviendo a la comunidad que estoy respondiendo verdaderamente al deseo de ser fiel en el seguimiento del único Señor.

La tercera experiencia de encuentro es con las personas que vienen al monasterio. San Benito dice que las personas que vienen deben ser acogidas como a Cristo. En la práctica, y en el día a día, no es tan sencillo. Al principio, no entendía por qué debía acoger a los que llegaban a horas intempestivas... No entendía por qué debía dejar mi trabajo o la oración para ir al encuentro de los que llegaban. Poco a poco, he ido comprendiendo que los que viene buscan la paz. Quieren ser acogidos, escuchados, sentirse queridos y valorados como personas. Muchas de las personas que acuden aquí suelen tener todo lo que el mundo y el dinero pueden dar, pero les falta lo esencial. Entonces me di cuenta que quienes vienen buscan a Aquel que es el único que puede saciar su hambre y llenar su vacío. Estas personas buscan a Dios, y mi forma de acogerlas puede ayudar a este encuentro.

Hoy sé que cada vez que acojo a alguien, puedo ser un instrumento de Dios para esa persona. Pero también sé que estas personas son aún más un instrumento de Dios para mí, para mi vida. Dios puede valerse de nosotros y de otros, de nuestros hermanos y hermanas, para manifestar su gracia y su presencia en nuestras vidas.

No puedo terminar este compartir sin agradecer a todo el equipo de la AIM, que desde el inicio de mi vida monástica, han estado presentes con su apoyo en mi formación inicial, y me ha ayudado permitiéndome participar en la escuela de formadores, y recientemente en el curso de formación monástica cisterciense en Roma. El Señor actúa en nosotros con su gracia, y sé muy bien que debo estar abierta a todo lo que me ofrece. Agradecer a la AIM por su entrega a nuestra formación, dándonos no sólo los medios sino también las herramientas para vivir en forma fructífera la vida monástica.

 

1 Año da vida consagrada, Alegraos: Carta circular a los consagrados y las consagradas del magisterio del Papa Francisco, São Paulo, Ed. Paulinas, p. 23.
2 Regla de San Benito 58, 7.