Hermano Nichodemus Ohanebo, osb

Monje de Ewu-Ishan (Nigeria)

La fragilidad y la fuerza
de una comunidad monástica

 

EwuCteEn una de las hermosas páginas de su libro “Cartas del desierto”, Carlo Caretto escribió: “Dios construye su Iglesia con piedras tan frágiles como nosotros”; esto es exactamente lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo en mi monasterio. La solidez de esta o aquella casa de Dios y de esta o aquella parte del Cuerpo de Cristo no está en la fuerza de las virtudes o en la debilidad del pecado de un individuo, sino al amor de Dios que considera oportuno, como expresión divina, crear esta o aquella comunidad, establecer un vínculo entre este o aquel cuerpo y el gran Cuerpo de Cristo. En otras palabras, no son las piedras frágiles las que consolidan la Iglesia, sino el amor de Dios, en el corazón esas propias piedras.

Como exige la cortesía presentaré a mi comunidad: el Monasterio de San Benito, corrientemente llamado “Monasterio de Ewu” debido a su ubicación en una colina de la sencilla aldea de Ewu-Esan, un pueblo del sur de Nigeria, es una comunidad monástica de hermanos que lleva una vida cenobítica bajo la Regla de San Benito de Nursia (480-547), formando parte de la Congregación Benedictina de la Anunciación de la Iglesia Católica Romana. Nuestras actividades diarias van desde la oración hasta el trabajo, desde el trabajo hasta el servicio a los demás, y desde el servicio hasta el compartir esencial de la vida comunitaria. Pero, ¿cómo es la vida en el monasterio de Ewu?

Sin entrar en grandes reflexiones sobre lo que es esta vida, debo confesar que en esta comunidad somos un grupo de hombres decididos, en el que se encuentran todas las expresiones más espontáneas y normales (y a veces las más anormales) de nuestra humanidad, sin moderación alguna. Es en el hecho de ser humanos concretos que nos damos cuenta de que la vida de conversión y la ascesis de los monjes tienen todo su sentido y en todo momento, en la escucha de la Palabra de Dios y prestándole atención. Así como vemos crecer toda clase de plantas en el más pequeño rincón del monasterio, vemos germinar entre los monjes de Ewu, cada uno según su gracia particular, todas las flores de la existencia humana. Intentar comprender a los hermanos de Ewu es, a veces, como escribir unas líneas de un simple poema siguiendo la inspiración del momento, a medida que se suceden los acontecimientos de la vida cotidiana, porque sólo se llega a ello afrontando francamente la vida ordinaria, natural y muy real. Los hermanos aquí son a la vez reflexivos y espontáneos en muchos niveles. Nuestra comunidad es un continuo germinar, una renovación en todo momento.

Para mí, la vida en Ewu es una expresión viva de la vida cristiana, bastante ordinaria y extraordinaria a la vez; en una hermosa mezcla de experiencias y expresiones de nuestra humanidad. La vida aquí es prácticamente un descubrimiento y redescubrimiento de uno mismo, más allá de lo visible. En Ewu, a la vez que nos tomamos en serio la oración, el trabajo y los diversos estudios, también estamos atentos a la singularidad de cada hermano como persona: esta persona que necesita ser redimida, con sus imperfecciones, y que sabe muy bien cómo ser él mismo, cómo ser yo mismo. Un ejemplo: en ausencia de otros hermanos mayores, un novicio bastante ingenioso se encontró sentado en la mesa cerca del Prior. Después de la comida, otro hermano le preguntó cómo se sentía al sentarse tan cerca del Prior y él respondió en voz alta: “Me sentí como si me hubiera convertido casi en un subprior”, y todos estallaron en carcajadas. Si un novicio hubiera dicho lo mismo en otra comunidad, la risa podría haberse convertido en un reclamo para que se fuera, por haber demostrado así, con su falta de humildad, que no tenía vocación. Pero ese es el tipo de cosas que pasan a Ewu. Esto no quiere decir que admitamos todos los excesos y los extremos, sino que nuestra comunidad es imperfecta y que los hermanos tratan de hacer vibrar, bajo el dedo de Dios, el acorde medio del arpa que hará sonar más hermoso el canto místico que resuena en el corazón mismo de la vida más sencilla y ordinaria.

En Ewu, nos peleamos y nos reconciliamos, nos malinterpretamos y discutimos hasta llegar a un consenso en el que, al final, desaparecen las diferencias; cometemos muchos errores y, aunque algunos se corrigen, otros quedan como una cicatriz en el rostro de la comunidad, un rostro en el que, como en un espejo, nos miramos y descubrimos los efectos de las malas decisiones que hemos podido tomar, incluso como comunidad. Cuando miro la vida que llevamos en Ewu, a través de los ojos de mi propia debilidad, veo a cada hermano con algunas (si no casi todas) sus limitaciones, y sin embargo un santo potencial y real en su interior. La forma en que vivimos a veces me hace pensar que nos vendría bien ayuda y al mismo tiempo podríamos ayudar a los demás, ya sea en el plano espiritual, material, psicológico e incluso médico, emocional e igualmente sexual, en el ámbito de lo tangible y lo insondable, lo concreto y lo místico.

Quien se deleita en ser menos que él mismo se hace tanto menos capaz de cambiar en verdad y en profundidad. Y es porque, en Ewu, somos una comunidad de personas imperfectas que, desde mi percepción debemos en primer lugar, estar en contacto con nuestras imperfecciones, reconocer nuestras zonas oscuras, identificarlas por su nombre si es posible, y sacarlas a la luz, ofreciéndolas a Dios en la forma de vida que llevamos. Está claro para mí que buscamos a Dios, el Padre de Jesús. Lo que significa, en mi opinión que, si buscas una comunidad de monjes perfectos, no deberías venir a Ewu pero, por otro lado, es posible que conozcas allí a algunos santos.

Por último, y no lo digo porque sea uno de los hermanos de la comunidad, sino porque lo veo: la comunidad de hermanos de Ewu caminan hacia el medio, el corazón, o el centro de una vida auténticamente vivida en Dios. Ciertamente, todavía están pasando por algunas crisis, como es normal en cualquier grupo humano, pero si siguen viviendo su vida y experiencia diaria con toda sencillez y espontaneidad, alcanzarán el acorde exacto del tono que Dios, el Absoluto, está cantando, y lo que son resonará perfectamente en armonía con lo que es el gran Cuerpo de Cristo. Rezamos para que alcancemos esta cima, para que Cristo sea glorificado en todas las cosas y para que “nos lleve a todos juntos a la vida eterna” (RB 72,12).