Hermana Marie-Pio Mến
Monasterio cisterciense de Vĩnh Phước
La semilla que crece
Mc 4, 26-29
“También decía: “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Mc 4, 26-29).
La hermosa parábola de la semilla es que crece sola se encuentra sólo en el evangelio de Marcos. Se ubica entre otras dos parábolas, la del sembrador (Mc 4, 3-9) y la del grano de mostaza (cf. 4, 31-32). Estas tres parábolas tienen un fundamento común: el desarrollo del Reino de Dios y el anuncio del Evangelio.
La imagen de la siembra y la cosecha era familiar para los oyentes de Jesús, como también lo es para nuestros contemporáneos, al menos para los de las zonas rurales. Sin embargo, dos aspectos de la historia pueden parecer extraños para el público: la ausencia del sembrador durante el crecimiento del grano y la fuerza interior que le permite al grano crecer por sí solo.
Ausencia del sembrador
Habitualmente, cuando alguien siembra una semilla, cuida de ella, de su crecimiento, -¡aunque sea con un riego regular!- El relato de la parábola ve las cosas de otra manera. Parece decir: “Sembrad, sembrad con confianza, estad tranquilos, sin preocupación por la lluvia o el sol”: el sembrador “duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo” (Mc 4, 27). Es una imagen que contrasta con la del labrador, “que debe trabajar duro antes de recoger los frutos” (2 Tm 2, 6), y “que espera el fruto precioso de la tierra, aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías” (St 5, 7). ¿Corresponde este enfoque a un deseo específico de Marcos de presentar el desarrollo del misterio del Reino de Dios?
“El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra” (Mc 4, 26). ¿Se debe entender al “sembrador” como Jesús mismo, o como a cualquier otra persona al azar? En todo caso si es alguien al azar, entonces ¿por qué no está preocupado por la semilla que crece sola, sin ningún cuidado particular?
La fuerza interior de la semilla
“La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (v28).
El milagro se ha producido: mientras el sembrador estaba lejos, la semilla germinó sola y dio fruto. La fuerza interna inherente a la semilla la hace autónoma en cada etapa: semilla - floración - frutos, un proceso largo y constante que se desarrolla progresivamente en etapas, añadiendo un elemento tras otro sin la ayuda de ninguna intervención exterior.
Podemos interpretar la semilla como la Palabra de Dios, como sucede en la Parábola del sembrador (cf. Mc 4, 13-20). La palabra “simiente” reviste entonces una fuerza inigualable, como dice el profeta Isaías: “Así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié” (Is 55, 11). La Palabra, una vez implantada en el corazón humano, lo transforma y le da vida, puesto que esa Palabra es “espíritu y vida” ( Juan 6, 63). Por lo tanto, el fruto no depende de una acción complementaria del sembrador o del agricultor, sino que depende de la potencia que la semilla lleva en sí misma.
La cosecha
Aunque había estado ausente mientras la semilla iba madurando, el sembrador no había sido descuidado. Simplemente sabía cuándo era necesario intervenir: “Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Marcos 4,29). La intervención del sembrador en el momento de la cosecha, su retirada mientras la semilla madura y su confianza absoluta en la fuerza de la siembra en la que se puede reconocer la Palabra de Dios, todo esto, como hemos dicho, muestra la extensión del misterio del reino de Dios: “Yo planté, Apolo regó, más fue Dios quien hizo crecer. De modo que ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1 Cor 3.7). El reino es obra de Dios, el crecimiento del reino de Dios es un misterio; esta obra y este misterio están simbolizados por la imagen del hombre, un sembrador, que siembra la Palabra de Dios. La semilla fue sembrada sin descanso y plantada con mucho cuidado. No fue sembrada en el borde del camino ni en piedras, entre cardos o en tierra seca. La semilla fue sembrada donde se daban las condiciones para su germinación y su crecimiento.
En silencio y sin ruido, la semilla de la Palabra de Dios, es decir, el Reino de Dios, no han crecido fuera de este mundo, aunque hoy sea ambiguo, pragmático y secularizado, sino dentro este mundo tal como es. Cada día es el momento más hermoso para que la Palabra sea sembrada y el Reino de Dios se despliegue. Éste se desarrolla sin que el hombre, el sembrador, pueda saber cómo. Sin embargo, ¡Dios sabe bien cuál es el verdadero lugar de este hombre!
Cada cristiano está en una situación distinta, un trabajo diferente, pero todos están llamados, siendo los escribas de la Palabra de Dios en su ambiente ordinario, a sólo sembrar y cosechar; el trabajo oculto del crecimiento pertenece sólo a Dios.
¿Eres cristiano? Entonces no dudes en sembrar y cosechar, aquí y ahora, hic et nunc, poniendo toda tu fe en Dios para la obra escondida del crecimiento.