Nathalie Raymond
Impresiones sobre la vida monastica en Vietnam
Después de pasar nueve meses en el monasterio de Thiên Binh enseñando un poco de inglés y francés a los monjes y de visitar otros monasterios del sur del país, comparto algunas reflexiones como las que puede hacer una francesa desde los lugares de observación como son la hospedería y el aula y, a partir de diferentes conversaciones. Se trata ante todo de impresiones, análisis personales ciertamente incompletos e imperfectos, y sin duda no originales. Su propósito es compartir, ante todo, el descubrimiento de las múltiples dificultades que me parece experimentan los monjes y monjas de Vietnam y de las que quizás nosotros en Europa no tengamos conciencia; al mismo tiempo compartir el descubrimiento de su admirable valor. También tienen por objeto mejorar el mutuo conocimiento.
1) Algunos elementos claves sobre el contexto histórico-social en el que se insertan las comunidades religiosas
El contexto en Vietnam, está determinado por la combinación entre: la llegada al poder de un régimen comunista, la evolución de este régimen en un contexto mundial y la entrada en un modelo capitalista liberal de sociedad de consumo.
Hay al menos tres fechas que tienen una importancia crucial en la historia reciente del país:
1954: el Norte se convirtió en comunista y numerosos católicos del Norte migraron hacia el Sur.
1975: el país volvió a unirse volviéndose totalmente comunista. Los boatpeople salieron del país, especialmente los católicos, y las diásporas se establecieron en los países vecinos, en Estados Unidos, Europa y Australia. Las comunidades religiosas del Sur fueron despojadas de sus posesiones, los religiosos fueron dispersados, detenidos o vivieron más o menos clandestinamente, prohibiéndose la incorporación de nuevas vocaciones. Esto fue profundamente traumático para todos y, en particular, para los católicos y para las numerosas comunidades religiosas que el régimen anterior había apoyado. Algunos estaban sólidamente establecidos y poseían considerables bienes. Perdieron todo de un día para otro y experimentaron la persecución, la pobreza y el hambre. En los religiosos y religiosas mayores de 50 años este recuerdo permanece muy vivo, fueran religiosos o aún adolescentes en ese momento.
Desde 1989/90 con la caída del muro de Berlín y el colapso del comunismo en Europa, el régimen se volvió un poco más liberal. Comenzó a observarse una nueva tolerancia de las comunidades religiosas, especialmente cuando la labor de estas tenía repercusiones sociales. En ocasiones el gobierno les pidió que participaran en las labores de educación y salud, dos sectores claves y a menudo débiles, esencialmente con el aumento demográfico de entonces. Las comunidades pudieron entonces reorganizarse, comprar poco a poco algunas tierras que les habían sido confiscadas y volver a comenzar el reclutamiento. Las nuevas comunidades progresivamente en el país.
No obstante, la liberalización no significó una ausencia total de control. Aunque la ideología cediera un poco al pragmatismo, las autoridades locales mantenían una vigilancia permanente sobre las comunidades religiosas, pudiendo surgir en cualquier momento problemas o conflictos, especialmente cuando las relaciones no eran buenas. Muchos aspectos de la vida de las comunidades también estaban sujetos a autorización y por lo tanto a la arbitrariedad.
Hay que subrayar que el país entró en un modelo económico ya adoptado por su vecina China, especialmente en el sur, más próxima a Vietnam: el capitalismo, liberalismo económico y sociedad de consumo. Esta apertura económica iniciada a partir de 1986 recibió el nombre de “economía de mercado de orientación socialista”. Trajo consigo enormes cambios para la sociedad en un contexto de fuerte crecimiento demográfico, con la búsqueda de la transición demográfica, con estilos de vida cada vez más urbanos, aunque el país continúe siendo en gran medida rural. El éxodo del campo a las ciudades para encontrar trabajo, provocó un fuerte crecimiento urbano y una extensión bastante anárquica en la periferia de las ciudades.
Por otra parte, unido al desarrollo de la sociedad de consumo capitalista, como desde hace algunos años en todas partes del mundo, el dinero se convirtió en el dictador. Todo, o casi todo, tiene precio. La ley adquirió un carácter relativo. El veneno del culto al dinero se fue infiltrando en los corazones y en los espíritus, planteando múltiples problemas de conciencia, especialmente al surgir dificultades: ¿pagar para salir de una crisis y ganar tiempo? o ¿no pagar y enfrentar dificultades? Mantener una orientación moral y espiritual, no se hizo fácil, especialmente para los católicos que tenían en mente la orden de Cristo de no tener dos amos, Dios y dinero (cf Mt 6,24). Entre los jóvenes la seducción de los bienes materiales fue igualmente muy fuerte, así como el uso de Internet y las redes sociales. Esto no era lo propio de Vietnam.
2) Algunas repercusiones de estos trastornos sociales en las comunidades
Consecuencias directas de estos acontecimientos recientes son: la periurbanización, los problemas de tierras y la afluencia de vocaciones, junto con las dificultades que estos plantean.
La periurbanización y los problemas básicos
El fuerte crecimiento de las ciudades iniciado hace unos veinte años trajo consecuencias para la vida religiosa. Cuando las comunidades ubicadas cerca de una ciudad, se limita la posibilidad de extenderse y para las más distantes generó el riesgo de aislamiento. Las comunidades cercanas a las ciudades se encontraron con nuevos vecinos, carreteras cercanas, con un entorno de hecho totalmente transformado, por ejemplo, Thiên Phuoc o Thủ Đďc. Las tierras que antes de 1975 pertenecían a comunidades ya existentes, fueron progresivamente invadidas, ocupadas o compradas por familias que se instalaron en las cercanías. La presión sobre la tierra se acentuó debido al fuerte crecimiento demográfico y, sobre todo, el éxodo rural. Desde el comienzo de la liberalización hasta hoy, los monasterios han estado compitiendo por la compra de tierras y se ven obligados a construir rápidamente para evitar las ocupaciones. Aparte de los problemas de ruido provocados por esta urbanización galopante, ha sido necesario proteger también las propiedades y los bienes mediante costosos muros y velar porque los derechos legales de los terrenos estén claros. Todo esto ha provocado durante una veintena de años un cuidado constante en el corazón de las comunidades y en sus presupuestos.
En algunos casos como por ejemplo el monasterio de Thiên An, en la periferia de Huê, los problemas básicos se han vuelto mayores, provocando un conflicto abierto con las autoridades locales; así que se ponen más que nunca en manos de la Providencia de Dios.
Este crecimiento urbano crea también un entorno geográfico difícil. Esto se aplica especialmente a las comunidades situadas en Ciudad Hô-Chi-Minh o en sus grandes suburbios. Al calor y la humedad de un clima tropical se añade el estrés de la vida en una megálopolis, donde el tráfico es muy denso y la contaminación del aire y el ruido, intensos. Los vietnamitas se mueven principalmente en moto, con el consiguiente temor a accidentes. Así, por ejemplo, los hermanos estudiantes de Thiên Binh asisten a cursos de lunes a viernes al seminario franciscano en Ciudad Hô-Chi-Minh, pasando de una a dos horas en este peligroso tráfico. Algunos de ellos confiesan su miedo a los accidentes. Esto crea un verdadero estrés que experimenté una sola vez, haciendo el viaje de regreso a la megalópolis en un scooter detrás de uno de los hermanos.
Al mismo tiempo, la vida de estas comunidades se ha visto sacudida por la afluencia de jóvenes deseosos de comprometerse en la vida religiosa. En efecto, la apertura de los años noventa ha provocado una afluencia de vocaciones religiosas que hay que discernir y acoger.
Afluencia de vocaciones que hay que acoger material, humana y espiritualmente
Este es un fenómeno conocido que está empezando a asentarse. Por el momento, con el fin del crecimiento demográfico, son menos frecuentes las familias numerosas, especialmente en el Sur y en las ciudades. Los que se están incorporando o se han incorporado desde hace unos diez años, provienen a menudo de familias de cinco a diez hijos, en general bastante pobres, especialmente de agricultores y campesinos del norte o de la parte central del país. La diócesis de Vinh ubicada en el centro, una de las zonas más pobres de Vietnam, sigue siendo una fuente importante de vocaciones. Cuenta con unos seis millones de habitantes, de los cuales 500.000 son católicos (Periódico La Croix, 24/05/2017).
Frente a esta afluencia de jóvenes, el desafío para las comunidades consiste en discernir el origen del llamado: ¿auténtico llamado de Dios a la vida consagrada? O ¿búsqueda de superación social? Este asunto vital no es peculiar de Vietnam, ni típico de este período; las comunidades de África también lo sienten, como lo hizo en su tiempo Europa. La duda surge particularmente cuando los candidatos provienen de familias pobres. En el caso de Vietnam para los hombres, el estatus de sacerdote es altamente valorado, y a veces a partir de ciertos casos de sacerdotes diocesanos, percibido como una medida de éxito material. Sin embargo, desde hace algún tiempo, y ante la afluencia de candidatos, los seminarios diocesanos establecieron condiciones de acceso: concurso y diplomas universitarios que requieren seis años de estudios. Esto excluye de hecho a las familias más pobres. Los que no pueden estudiar en la universidad y aspiran a ser sacerdotes, buscan más bien entrar en comunidades religiosas con la idea de estudiar y convertirse en sacerdotes, lo que puede crear problemas más tarde, si esto no corresponde al servicio requerido en la comunidad.
La materia del discernimiento de la vocación es central y difícil, incluso para los propios candidatos, ya que es evidente que Dios puede utilizar cualquier medio para atraer a las personas hacia Él y es muy posible que aquellos que entran por “malas razones”, terminen convirtiéndose en verdaderos discípulos de Cristo. Una vez más, esta pregunta no tiene nada de original, pero lo que llama la atención en el caso de Vietnam es que debe hacerse a un grupo numeroso de candidatos al mismo tiempo. La explosión de vocaciones en un corto período de tiempo es lo que realmente plantea la pregunta a cualquier observador que llega a Vietnam. Las razones, como ya se ha mencionado, se encuentran en la conjunción entre una situación política precisa, cierta liberalización de un régimen comunista hostil a la Iglesia, algunos factores demográficos y sociales, como en el fuerte crecimiento demográfico y éxodo rural masivo, todo sobre un antigua base histórica de oposición de los católicos al poder político, como testimonia el fuerte culto a los mártires. Desde el siglo XVII, la Iglesia de Vietnam se ha construido sobre la sangre de los mártires, y la fe católica, minoritaria (hoy alrededor del 7% de la población) sigue siendo un fuerte factor de identidad, sobre todo en un contexto de régimen político hostil. Por tanto, los jóvenes católicos vietnamitas tienen muchas razones para querer ser religiosos. Pero ¿acaso no hay que ver también, y sobre todo, un soplo poderoso del Espíritu Santo y un designio conocido sólo de Cristo, cabeza de la Iglesia? “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, y vuestros caminos no son mis caminos, dice el Señor. Cuanto más alto sea el cielo sobre la tierra, tanto más elevados serán mis caminos sobre vuestros caminos, y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos” (Is 55, 8-9).
Sean cuales fueren sus causas, el mayor problema es acoger estas vocaciones. Concretamente esto significa construir nuevos edificios en terrenos reducidos y ya hacinados, alimentar a estos jóvenes, formarlos y acompañarlos. Esto ha sido una gran dificultad para las comunidades desde hace más de una década. En la actualidad esto concierne sobre todo a las congregaciones y órdenes apostólicas, especialmente a las internacionales (salesianos, redentoristas, franciscanos, dominicos) y un poco menos a los monasterios benedictinos de hombres (la vida contemplativa no es necesariamente bien comprendida en Vietnam). Sin embargo, los monasterios cistercienses también han tenido que hacer frente a una afluencia de vocaciones que han desembocado en monasterios de entre cien a doscientos monjes o monjas (por ejemplo, Phďc Sďn y Vďnh-Phďc). Para los benedictinos, menos de setenta monjes significa que es un monasterio pequeño, que eligió seguir siendo modesto. La formación en todas partes es un tema central.
Por lo que he podido ver, los jóvenes están motivados por estudiar, son curiosos y merecen ser alentados y ayudados, sabiendo que no han tenido la posibilidad de estudiar en sus propias familias.
Desequilibrios demográficos y conflictos generacionales
Otra dificultad creada por la historia reciente es la brecha en la pirámide de edades, correspondiente a la casi ausencia de ingresos entre 1975 y 1995: son poco numerosos los monjes entre 45 y 65 años, abundan los monjes nacidos entre 1975 y 1995, que sólo han conocido el régimen comunista y especialmente el de los años noventa. Aparte de la diferencia generacional y sus efectos clásicos en todos los monasterios del mundo, hay sobre todo una relación muy diferente con la vida religiosa y con la vida en general, que provoca muchos malentendidos y tensiones. Los monjes ancianos han vivido muy conscientemente el comunismo y los traumas de los años 1975-1985; sufrieron las persecuciones, el hambre, la pobreza y guardan de ello viva memoria, haciéndolos muy sensibles a la miseria actual, sobre todo la de los campesinos que han llegado a las ciudades. También han aprendido a luchar y a ponerse en las manos de Dios; han aprendido el silencio y también la desconfianza.
Los jóvenes han crecido en un contexto diferente, menos represivo, menos puramente ideológico, más pragmático, más individualista, orientado hacia el dinero y el consumo. No siempre tienen la misma paciencia y tenacidad que los mayores surgiendo dificultades para comprenderse. Los jóvenes se quejan de no ser escuchados y comprendidos, los mayores lamentan la actitud de éstos, cuyas demandas les parecen fuera de lugar y en contradicción con la vida religiosa. Probablemente esto no es propio de Vietnam. El poder está en manos de los mayores, pero no son numerosos y la presión de los jóvenes es muy fuerte. No es improbable la amenaza de un estallido.
Además, la relación con la autoridad en los monasterios vietnamitas y más ampliamente en todas las comunidades religiosas del país, se percibe al menos desde el exterior, particularmente complicada. Pareciera que en cierta medida, las reglas están hechas para romperse, como en una especie de juego del gato y el ratón. Juego que me parece es el reflejo de la actitud general de la población con respecto a la ley que ha perdido su carácter absoluto. Se puede eludir pagando, o por espíritu de resistencia o desorden, no someterse a ella. En las comunidades religiosas, el “juego” de eludir las normas se refiere a la utilización del teléfono móvil, el acceso a Internet, el consumo de tabaco, alcohol u otro tipo de alimento, o incluso la posesión de determinados bienes de consumo. La obediencia, valor central de la vida religiosa y benedictina en particular, se ve perjudicada y se necesita mucha psicología, discernimiento y humildad de los formadores y de los superiores para gestionar la situación en un contexto ya delicado. A veces se trata de establecer prioridades en los reglamentos y cerrar los ojos a lo que puede ser considerado secundario.
Diversidad de orígenes geográficos y de modelos culturales
Existen también otras tensiones relacionadas con los orígenes geográficos y los modelos culturales. Debido a la historia desde 1954, las comunidades son más numerosas en el sur del país, pero la mayoría de las vocaciones recientes provienen del Norte y del Centro. Aunque se trata de un país, no tienen exactamente el mismo idioma o la misma cultura. Los dialectos locales son numerosos y los acentos fuertes, y los religiosos del Sur tienen que acostumbrarse a hablar a la gente del Centro, que a menudo no les entienden. Los gustos alimenticios no son exactamente los mismos, ni la relación con el dinero por ejemplo: la gente del Norte puede considerar que los del Sur malgastan dinero y no saben cómo administrarlo. Esto puede avivar las quejas entre los jóvenes del Norte y los ancianos del Sur. No debemos olvidar que Vietnam estuvo dividido entre 1954 y 1975 y sus regímenes políticos eran opuestos. Esto tuvo, sin duda, repercusiones en la forma de ver la vida entre los padres de los actuales monjes y monjas
Así pues, si se combinan las diferentes edades, orígenes geográficos y culturales, se hace difícil mantener la concordia y la unidad. Entre los grupos que se constituyen, las diferencias pueden ser muchas, el aislamiento de los superiores, las frecuentes murmuraciones y a veces los desacuerdos que estallan a la luz del día. Sin duda por la presencia del Espíritu Santo, más fuerte que todo espíritu humano, las comunidades avanzan y se construyen con gran vitalidad a pesar de todas las dificultades. No podemos dejar de estar impresionados por el trabajo que hacen en estas comunidades en construcción. Ni dejar de subrayar el valor de los monjes, monjas, y en particular de los superiores que avanzan en estas difíciles, circunstancias con una fe inquebrantable en la Providencia Divina.
3. Otros desafíos
Hay desafíos que pueden ser coyunturales o más estructurales.
Un primer desafío fue el escándalo de Formosa, que tuvo consecuencias para las comunidades religiosas. Se trató de la contaminación por una fábrica taiwanesa en abril de 2016, de unos 200 km de costa en el centro del país. Cientos de toneladas de peces murieron, poniendo en peligro la supervivencia de las poblaciones locales. Se vio afectada una de las regiones rurales más pobres, centradas en la agricultura agrícola y en la pesca. En la actualidad es una reserva de vocaciones religiosas. Las familias de algunos monjes se vieron particularmente afectadas en su salud, en sus ya escasos recursos económicos o simplemente en su suministro diario de alimentos. Este es un factor perturbador para los jóvenes monjes afectados. Esta catástrofe sanitaria ha incidido también en las vocaciones: los jóvenes, muchachos y muchachas, deseosos de dar la vida al Señor, cayeron enfermos y se han visto obligados a volver a sus casas.
Otro desafío aún más serio y estructural que ha golpeado a muchas comunidades, es el de encontrar recursos. Sabemos que la Regla de San Benito integra la necesidad de un trabajo para sostener las necesidades de la comunidad, pero en este contexto perturbado es difícil alcanzar la autonomía financiera, tanto dentro como fuera de las comunidades, especialmente para los monasterios de hombres. Todos buscan desesperadamente un medio de subsistencia eficaz, sin poder encontrarlo. Se multiplican las pequeñas producciones poco variadas (salsa de pescado, productos de yuca o cúrcuma, ganadería, etc.) y en algunas comunidades existe una fuerte presión por el trabajo, que puede hacer crecer tensiones, especialmente cuando la distribución de las cargas se percibe, con razón o sin ella, como desequilibrada.
Esta imposibilidad de asegurar su propia subsistencia también lleva a las comunidades a depender de los benefactores, en particular los de la diáspora americana. Sin sus donaciones o préstamos, ningún proyecto de construcción podría llevarse a cabo, incluso se pone en peligro la supervivencia de los monasterios. Esto hace necesario mantener un vínculo particular con estos donantes, haciendo viajes para conocerlos, comidas y regalos de agradecimiento, de múltiples dones espirituales por parte de los monjes, en particular de las misas para los difuntos, permisos para estatuas, monumentos u otras construcciones deseadas por los donantes, como placas o bancos con su nombre, etc.
Esto crea por una parte un hermoso intercambio de dones y por otra una dependencia que no siempre es cómoda. En cualquier caso, es transitorio y arriesgado si se tiene en cuenta que las nuevas generaciones criadas en la diáspora están lejos de tener la misma fe y el mismo vínculo emocional con el Vietnam de sus padres. Probablemente los descendientes de los boat people verán cada vez menos la necesidad de ayudar a las comunidades religiosas de Vietnam. Sin embargo, la Providencia de Dios es inagotable.
Conclusión
Para concluir, quisiera insistir en las múltiples dificultades a las que se enfrentan los monasterios y, al mismo tiempo, en la valentía de la que dan prueba los monjes y monjas, especialmente los superiores que se ven obligados a luchar en tantos frentes al mismo tiempo. Con un monacato reciente y una concentración en el tiempo de múltiples problemas, la construcción de los monasterios y de las comunidades plantea un gran número de desafíos que se esfuerzan por afrontar con valentía y una fe infalible en la Providencia divina. Ante esta constatación, me parecería importante no ser indiferentes a su situación: escucharlos, porque creo que tenemos también mucho que aprender de ellos; animarlos y, en particular, alentarlos a expresar sus necesidades, y al mismo tiempo darles la ayuda que piden.
Que el Señor de la paz, la unidad y del amor nos ayude a establecer esta solidaridad y esta fraternidad más allá de las distancias y las diferencias.