Dom. M.-D. Pham Van Hien, Ocist

Maestro de novicios emérito de la Abadía de Phưởc Sơn

Acompañamiento monástico

Algunas sugerencias

 

I. La base teológica del acompañamiento monástico

PMDominiqueEn el discurso de hoy significa “ir con alguien hacia algún lugar”. Pero, ¿qué es este lugar? En nuestro caso es el epíteto 'monástico' el que da la respuesta. Nos gustaría hablar de acompañamiento espiritual en la vida monástica y sabemos muy bien que el único propósito de la vida monástica es la búsqueda de Dios (RB 58). La expresión “búsqueda de Dios” denota el objetivo teologal de esta vocación. Sobre la base de esta convicción, me he propuesto ayudar a nuestros jóvenes a reconocer el papel de la Trinidad en su formación en la vida consagrada durante mis treinta años de ministerio como maestro de novicios.

De hecho, todo cristiano ha sido consagrado por el bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El cristiano participa así en la vida de la Trinidad mediante la cual busca su crecimiento en la vida cristiana desarrollando las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad. Al reconocer esta realidad esencial el que acompaña a otro es consciente de que solo es el instrumento de la Trinidad en esta formación monástica.

Según Dom Guéranger, “un monje es alguien que toma en serio el cristianismo”. En este caso, la vocación monástica debe cumplir de forma más perfecta la consagración fundamental del bautismo. ¿Quién podría ayudar a alcanzar esta meta si no Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo? De hecho, Dios Padre llama y da forma, Dios Hijo es el formador y el modelo, el Espíritu Santo santifica y acompaña. Para hacerlo más claro, el proceso de formación puede representarse con una simple imagen agrícola: formar es trabajar el campo, la formación es esparcir buenas semillas en el terreno que se ha trabajado, y el acompañamiento es el riego que asegura que la semilla germine, crezca y produzca frutos.

 

Dios Padre llama y forma

La Biblia nos da un buen número de pasajes que revelan la acción específica de las personas de la Trinidad. Como el Padre nos ha llamado a la existencia, también es la fuente de nuestra vocación como personas consagradas. Jesús nos dijo que rezáramos al Maestro de la mies para enviar obreros a la mies (Lc 10, 2). También indicó: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envía no lo atrae” ( Jn 6, 44). El término “atraer” nos remite al éxodo de Egipto por el cual Dios llevó al pueblo elegido al desierto para formarlo durante cuarenta años. ¡Cuánta paciencia mostró en este proceso de educación! (Dt 1,31; 6, 21-26).

El Nuevo Testamento nos muestra la importante función del Padre que nos revela a Jesús:

“No es la carne y la sangre lo que ha revelado esto, sino mi Padre celestial” (Mt 16, 17).

 

Dios Hijo como formador y modelo

Si el Padre está en el origen de toda vocación, el Hijo es el modelo para ello. Formar es presentar al aspirante un modelo concreto que lo formará como un hombre nuevo. Cristo es al mismo tiempo verdadero hombre y verdadero Dios, como afirma el Vaticano II:

“El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación (GS 22)”.

La formación es como un proceso de crecimiento para llegar al “estado del hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo” (Ef 4, 13), un proceso en el que Cristo constituye el modelo ideal de quien está acompañado. Según san Agustín, “no solo pertenecemos a Cristo, sino que estamos llamados a llegar a ser como Él”. San Pablo nos invita a estar “arraigados y edificados en él” (Col 2, 7) o a tener ”entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo” (Flp 2, 5). La formación no debe entenderse como una imitación exterior, sino como un proceso de transformación total de la persona para poder llegar a ser un auténtico discípulo de Cristo. ¿Quién puede llevar a cabo esta transformación? El Espíritu Santo.

 

El Espíritu Santo, acompañante y santificador

El Espíritu Santo, también llamado Paráclito, un término griego que significa “uno llamado al lado de otro” es, por lo tanto, el acompañante. Él habita en nosotros y nosotros somos su templo y allí derrama la plenitud de su amor (1 Cor 6, 18) y allí planta los frutos de este amor (Gal 5, 22). Con razón san Bernardo llamó al monasterio schola caritatis (escuela de amor) o schola Spiritus Sancti (escuela del Espíritu Santo). San Pablo nos aconseja: “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu” (Gal 5, 25). Esto constituye la base de la teología de la espiritualidad y también la de la pedagogía del proceso de formación para la vida monástica consagrada. Sobre esta base, la formación no puede más que ser eficaz y exitosa. Obviamente también podríamos dialogar con otros ámbitos como la psicología, la antropología, la sexualidad, la pastoral, la espiritualidad para dar a la formación un carácter universal.

 

II. Comentarios concretos sobre el acompañamiento monástico

PMDominiqueStatueAntes que nada, quisiera agradecer al presidente de la Congregación por darme el honor de presentar este tema vital, probablemente porque soy un veterano en este ministerio. En realidad ese es el caso porque ya tengo veinte años en el ejercicio de este ministerio, aunque a nivel de conocimiento nunca he asistido a una sesión de acompañamiento. “Es a través de la práctica que uno se convierte en practicante”. La experiencia es como la madre de las cualidades, la edad me ha permitido tener una acumulación de experiencias en el transcurso de los años, permitiéndom personalmente y con toda simplicidad compartir algunas habilidades que he adquirido a través de estas experiencias.

1. Regresé a mi país en 1971 después de haber estudiado teología y filosofía en la Universidad de Friburgo. A la edad de 33 años recibí el encargo del noviciado. No tenía idea de lo que estaba haciendo. Pero por consejo de un anciano, Dom André Tich, un hombre de Dios experimentado en la formación de sacerdotes, recurrí al Espíritu Santo porque el Espíritu es en última instancia el formador de las vocaciones.

2. Sobre todo es necesario edificar en cada aspirante una vida teologal, es decir, una vida de fe, esperanza y caridad como hijo del Padre de los Cielos, como enseña la Primera Carta de Juan (1,1), “lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida”. De manera concreta, doy mucho tiempo a la Palabra de Dios: estudios bíblicos, una conferencia semanal sobre un tema bíblico o el intercambio de experiencias en la vivencia de la Palabra de Dios.

3. Evidentemente, hay que insistir en la catequesis, las tradiciones monásticas benedictinas y cistercienses, para el descubrimiento de la vocación propia de cada Orden y las adaptaciones pertinentes al entorno sociocultural de Vietnam.

4. Sobre todo, el acompañamiento exige la presencia y la participación en todas las actividades del noviciado, ya que los jóvenes prefieren el testimonio a la enseñanza. No hace mucho pregunté al anterior arzobispo de Hanoi, Joseph Ngo Quang Kiet: “¿Cuál diría usted que es el elemento más importante en el acompañamiento monástico?” y él respondió: “El amor que se muestra en la práctica a través del servicio y el cuidado de los demás”.

5. Ciertamente debemos conocer las cualidades y defectos de los jóvenes que están bajo nuestro cuidado. Personalmente encuentro que nuestros jóvenes vietnamitas son muy inteligentes y generosos, al menos al principio, pero se desalientan rápida y fácilmente influenciados por factores externos. ¿Es el régimen totalitario lo que hace que nuestros jóvenes sean alérgicos a desvelar sinceramente sus propias intenciones? Es por eso que no damos demasiada importancia ni damos mucho crédito a las evaluaciones de otras personas. Para conocerlos mejor es preferible observar pacientemente su vida diaria y su comportamiento en diversas situaciones y circunstancias de mucho estrés.

A nivel humano creo que vale la pena mencionar los siguientes comentarios de Mons. Paul Nguyen Thai Hop:

“Este ambiente (el socialismo en Vietnam) hace poco para formar personas de carácter y fuerza interior que buscan afirmarse a sí mismos por sus valores morales, como vivir por su conciencia, evitar un instinto de rebaño o insinuarse para obtener en las gracias de sus superiores. Es necesario que haya personas de gran fuerza interior, que se enorgullezcan de vivir los valores humanos en su vida ordinaria, que estén decididas a ser honestas por sus ideales morales, no simplemente por las personas que dan una demostración de conformidad”.

Sin embargo, debemos evitar poner a todos en el mismo saco. La mayoría de nuestros aspirantes, si viven en una comunidad con mayores experimentados y profundamente religiosas, se irán transformando y crecerán en su vocación de búsqueda de Dios. Vemos así la importancia de la comunidad; juega un papel decisivo en el acompañamiento monástico.